Era el otoño de 1995, estaba terminando el trimestre 95-O en los planteles de la UAM
cuando vio la luz el primer número de Ostraco, el número Cero.
La banda Ostraco y sus muchachos vuelven a hacer de las suyas.
A varios de ellos se les ha visto merodeando por la ciudad de los palacios.
El origen…
Era el otoño de 1995, estaba terminando el trimestre 95-O en los planteles de la UAM cuando vio la luz el primer número de Ostraco, el número Cero. La propuesta de crear la revista la hizo Ramón Córdoba Alcaraz en el Taller de Edición de Textos en la UAM Iztapalapa a fines del siglo y del milenio pasados. Nos dijo que para aprender el oficio de edición lo deberíamos hacer editando algo, de ahí surgió la propuesta de publicar una revista. Todos aceptamos con gusto y entusiasmo la propuesta. Hubo quienes dijeron que no era una revista porque no tenía secciones ni una estructura uniforme. Ostraco vio la luz por primera vez en el oriente de la megalópolis chilanga, en una universidad pública de lo que hoy se llama Ciudad de México. Transcurrían los últimos años del siglo XX, los pasillos de la universidad vivían su desasosiego sin perturbaciones. Empezaba el trimestre en que Ramón Córdoba Alcaraz, primer egresado de la carrera de Letras Hispánicas de la UAM Iztapalapa, daba el Taller de Edición de Textos, que se convirtió en semillero de editores. Muchos de ellos aún en activo. Los grupos siempre eran nutridos pues la fama del mentor había llegado más allá de las aulas. Su trabajo como editor de Alfaguara le daba un aura de sensei y sus discípulos tomaban como ley cada uno de sus enunciados.
Roberto Gómez Beltrán, quien era uno de los mejores maestros en la época de entre siglos, me dio la primera noticia sobre Ramón Córdoba y su taller. Seis meses antes de que lo conociera personalmente ya conocía la leyenda de Ramón que se repetía entre los pasillos. Es una chingonería, decían unos; no, es una verga, decían otros. Lo cierto es que su propuesta de crear una revista como trabajo del Taller de Edición de Textos fue recibida con entusiasmo por el grupo que tuvo la suerte de asistir al taller. En el primer número no se puso consejo editorial pues así lo decidió la mayoría, sólo éramos Fuenteovejuna. El grupo siempre debería estar antes que el individuo.
Así llegó el invierno de 1995 y con él los ejemplares del Ostraco. El nombre se decidió democráticamente, se propusieron una decena de títulos y el que quedó fue el que propuso Verónica Salmerón, también compañera en el inicio de esta aventura.
Todos los números que se publicaron tuvieron su presentación. Buscamos que fuera diferente el formato que se usara y que se incluyera la música, la danza, la lectura de textos, incluso la representación en sociedad, claro que sí. En la presentación del número 9 de la revista se puso en escena Diles que no me maten, con un texto del autor de estas líneas.
También fungió la revista como editora, al menos dos libros se publicaron con el sello de Ostraco, De la vida ordenada, de Miguel Ángel Godínez, y … de Grissel Gómez Estrada (ver portadas en Memoria gráfica).
Bulmaro Sánchez Sandoval